miércoles, 29 de mayo de 2013


-¿Tanto he cambiado? –le preguntó ella y él le respondió que no y, aunque era mentira, no era del todo mentira, porque aquella ligera sonrisa (que expresaba recatada y moderadamente una especie de eterna capacidad de entusiasmo) llegaba hasta aquí atravesando una distancia de muchos años sin haber cambiado para nada y lo dejaba confuso; le recordaba con tal precisión el aspecto que había tenido esta mujer que tuvo que hacer un esfuerzo para no percibir la sonrisa y verla a ella tal como era en este momento: era ya casi una mujer vieja.
Milan Kundera
En El Libro de los amores ridículos

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