Ayer estuve en la Tienda del
Humor.
Desde que salí de la casa no sabía
muy bien qué iba a hacer; tenía unas rutinas en mente, algunas ya hechas, otras
estudiadas hace tiempo.
Siempre me debato entre la
necesidad de ser yo mismo, de tratar de resolver mi “problema” con la gente, eso
que llaman timidez, que yo por más psicología que he estudiado no he logrado
resolver.
Cuando pienso en qué hacer en la
noche en que puedo presentarme –lugar que nos abren generosamente don Puntilla
y su familia– pienso elogiar el lugar y a sus anfitriones.
Que me siento como en casa.
En la Tienda del Humor se siente,
lo hablábamos ayer con don Puntilla, calor y color. Es como calor de hogar. El
lugar es muy bonito, es calientico, creo que los colores influyen positivamente
en el estado de ánimo. La gente está a gusto. Y nosotros, los que fungimos de
comediantes por diez minutos, también.
Es una felicidad ir a la Tienda
del Humor. Es como una fiesta pero en la que no se bebe (bueno, yo no lo hago y
no por asuntos morales sino fisiológicos y legales. La mayoría de las veces
porque tengo que manejar y otras veces porque la resaca, aún de cantidades muy
pequeñas de alcohol es mortal para mí y me dura dos días, me desequilibra mucho).
Quería hacer un reconocimiento y
dar un agradecimiento a la Tienda del Humor y sus anfitriones, a todos, a la
familia de Puntilla –perdón por la confianza–. He sido muy feliz cuando he ido
allá, ni se diga cuando la gente se ríe.
He pensado que la comedia es una
medicina. Para mí lo es, al menos. Me ayuda a expresarme, a sacar emociones, a
conectar con la gente. Es como como cuando uno va a una fiesta en una finca y
al otro día se hace una especie de foro sobre los momentos más graciosos o más
importantes de la noche. En este caso la reunión no la hacemos en una finca
sino en el chat.
Somos como una gran familia; sí, es
un cliché, pero yo creo que eso es verdad; que cuando se logran ciertos estados
emocionales, o ciertas interacciones, se genera un sentimiento de hermandad,
una cohesión como la que se tiene en la familia. De algún modo uno siempre está
buscando ese tipo de cohesión por fuera de la familia, en la sociedad.
Cuando se hace comedia esa
conexión se da: la hermandad, la complicidad, ese sentimiento de que todos
estamos en lo mismo; esa cosa de que es imposible hacer comedia y sentirse
seguro del todo; esa imperfección que nos iguala y al mismo tiempo esa
voluntad, creo, de dar algo, de expresar algo, y bueno, la felicidad que da que
la gente se ría… esas risas que quedan pegadas en el recuerdo al día siguiente,
que aparecen como fotos que se imponen en la mente.
En fin, que quería dar las gracias
a la Tienda del Humor, a Puntilla y a su familia, al caballerosísimo y
preocupadísimo, por protector, Esteban, que te pregunta en qué te vas a ir, si
te llama un Uber… (no sé si era cierto o bromeaba), agradecer por esa bondad
que se siente y se respira ahí.
Muchas gracias a la Tienda del
Humor, muchas gracias a las personas que asisten, muchas gracias a los cómicos
o comediantes que van… y… qué cosa tan seria para alguien que quisque hace
comedia.
No sería más, muchas gracias.
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